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De todas las investigaciones que han realizado durante estos meses de pandemia de la COVID-19 ¿Qué aprendizajes generales puede destacar?

«En general, pienso que hemos aprendido sobre los cambios en el comportamiento y en el uso de dispositivos de salud mental por parte de los usuarios.

Hace un año, probablemente usted y yo habríamos hablado por teléfono y no habríamos usado, ni siquiera pensado, en utilizar una videoconferencia. Ahora, en cambio, se ha convertido en una herramienta común. Este cambio también implica a la salud mental. De un día para otro, los servicios de salud mental que estaban gravemente afectados por el confinamiento en España, en Italia y muchos otros países, se vieron obligados a utilizar este tipo de herramientas digitales.

Se han publicado muchas investigaciones describiendo y hasta enfatizando las herramientas digitales.

No quisiera subestimar la importancia de las mismas, pero pienso que necesitamos equilibrar la evaluación de las herramientas digitales porque no está claro si la evaluación del estado emocional de una persona o la implicación de la relación personal es la misma que en un marco virtual.

Las nuevas tecnologías han sido útiles para un momento específico y que, en casos de grandes distancias físicas tiene sentido. Si estás en Australia y el centro de salud mental más cercano está a miles de kilómetros, claramente hay una ventaja en el uso de las herramientas digitales para acortar esa distancia, pero si vives en Milán, a 500 metros de un dispositivo, la historia cambia porque el tema de la distancia pasa a ser irrelevante.

Mi pregunta a los profesionales es la siguiente: ¿prefieren ver a las personas cara a cara o en una pantalla?

Hay muchos ejemplos y situaciones que debe hacernos ser cautos. Por ejemplo, hay una reciente revisión de Cochrane evaluando la eficacia de las video conferencias para prevenir la depresión de la gente mayor que vive en residencias. La conclusión era que no hay datos que apoyen la evidencia de que hacer videoconferencias previene de la depresión en este grupo de población. Significa, probablemente, que la gente mayor que reside en estos centros requiere y desea de un contacto físico con sus familiares y amistades.

Hay otras cuestiones, por ejemplo, pongamos por caso a una mujer que tiene una depresión porque sufre de violencia machista en su hogar y recibe una visita virtual de su profesional de la salud de referencia. No tiene nada que ver recibir a esta persona en un centro de salud, donde puede hablar con libertad, que atenderla cuando ella está en su casa, conviviendo con su agresor y por tanto ¿cómo podemos estar seguros que habla con total libertad? O en un caso de abuso de sustancias, ¿cómo podemos estar seguros de que habrá suficiente privacidad para hablar libremente sobre este tema tan sensible?

Así que, sobre el uso de las herramientas digitales, se debería hacer una evaluación cuidadosa antes de enfatizar su uso. Hay que ser muy cautos antes de celebrar su uso común como un gran avance.

Por otro lado, me gustaría resaltar la investigación Psychiatric hospitalization rates in Italy before and during COVID-19: did they change? An analysis of register data, y en la que mostramos que cuatro meses después del confinamiento en Italia hubo un 50% de caída en la hospitalización. La explicación de esta caída es muy interesante incluso más allá del tema del COVID-19, nos permite aprender diversos fenómenos.

Una explicación posible es que, de un día para otro, cambió el umbral de tolerancia. En una situación ordinaria, cuando un paciente mostraba un comportamiento perturbador y excedía cierto umbral de tolerancia, la familia consideraba que no podía gestionar más la situación y pedían al paciente que ingresara en el hospital para normalizar la situación. En la situación del confinamiento, en que el ingreso en el hospital se convirtió en muy difícil o incluso bloqueado, hubo un cambio repentino en el umbral de tolerancia de las familias. Así que comportamientos que normalmente no eran aceptados se convirtieron en aceptables debido a la situación excepcional.

Otra explicación también es que a causa de confinamiento el uso de substancias y alcohol fue más difícil. Y ya sabemos que estas adicciones son detonantes de problemas de salud mental, Así que muchas situaciones se evitaron al estar las adicciones más bajo control».

¿Estamos mirando los efectos de la pandemia en salud mental de manera correcta?

«Debemos mirar la pandemia desde perspectivas diferentes, no solo con la mirada tradicional. Naturalmente que hay consecuencias negativas, pero esta pandemia también ha supuesto para otras personas la oportunidad de cambiar su vida, de revisar su escala de valores, es lo que se ha definido como crecimiento postraumático.

Es cierto que en estos pocos meses hay más de 80 estudios publicados sobre la prevalencia de la depresión, ansiedad y desordenes en la población general a causa del COVID-19. Todos estos estudios se han hecho a través de encuestas online, normalmente difundidos a través de mailings invitando a todo el mundo que quisiera a responder a estos cuestionarios. De manera que estos estudios deben ser considerados con cautela por razones diferentes:

  • Se ha demostrado que el porcentaje de gente que contesta a cuestionarios online es muy pequeño, en algunos casos el 5% o el 10% de toda la muestra que recibe la invitación a participar. Esto significa que quizás hay un sesgo importante porque si solo un 5% de las personas invitadas a participar responden, éste 5% quizás está compuesto por aquellos que están en un estado emocional alterado, que están enfermos o sufriendo. Al encontrarse en esta situación, están más motivados en responder.
  • Por otro lado, si contestas a un cuestionario diciendo que hoy te sientes muy estresado y ansioso por la pandemia, no sabemos cuál era tu situación hace un año. Es muy importante entender que, si no tenemos el conocimiento longitudinal del estado emocional de la persona, nos faltan datos.

Hay un estudio maravilloso de mi colega Dr. Andreas Reif, jefe del Departamento de Psiquiatría en la University Hospital Frankfurt, que se publicará en breve y que es muy relevante. Él empezó un estudio longitudinal en 2017 para evaluar la resiliencia en una muestra de 15.000 personas. Han estado recogiendo datos cada 3 meses entonces. Cuando llegó el confinamiento se dieron cuenta que era una oportunidad fantástica para comparar la situación previa con la actual, así que empezaron a recoger los datos de estos miles de personas cada semana durante dos meses.

Pues bien, un 84% de esta gente no mostró ningún empeoramiento comparando con la situación previa. Hay un pequeño porcentaje, un 8%, que empeoraron pero que en pocas semanas recuperaron su situación normal y otro bajo porcentaje, un 8%, que sí registraron una alta sensación de depresión y sufrimiento emocional. Este estudio longitudinal nos invita a dar una visión diferente, mirando diferentes pautas en la ciudadanía.

Siguiendo con lo que apuntaba antes, quisiera mencionar el estudio Pandemic-Driven Posttraumatic Growth for Organizations and Individuals, publicado este noviembre, y en el que se estudia este crecimiento postraumático, que se define como el cambio psicológico experimentado como resultado de una situación altamente estresante, en el marco de la COVID-19.  Algunos estudios han apuntado a que lo experimentan personas que viven situaciones traumáticas como desastres naturales, accidentes de tráfico o enfermedades graves y, tenemos claro que, para muchas personas, la pandemia ha sido una experiencia traumática. Este artículo recoge las principales dimensiones de este crecimiento.

Con esto quiero decir que nuestra mirada debe ser amplia y entender todas las dimensiones que puede tener en la salud mental».

¿A qué campos de estudio cree que hay que prestar atención?

«Un área que, en mi opinión, ha sido abandonada y que es de gran importancia tiene que ver con expresar la emoción. Sabemos desde hace mucho tiempo, que hay familias, especialmente en las que hay un niño con un trastorno psicótico, en que los padres han bloqueado y escondido sus emociones. Se dan casos de padres hipercríticos, altamente intrusivos, con poca capacidad de dar calor y afectividad emocional y que se enzarzan fácilmente en discusiones y conflictos. En estos estudios se mostró que existe una relación lineal entre la cantidad de tiempo que se pasa cara a cara por ejemplo entre padres y el niño con psicosis y el riesgo de recaída. En otras palabras, si los padres pasan 8 horas cara a cara con el niño, hay más riesgo de recaída. Si el tiempo compartido es de 3 horas, el riesgo se reduce. A causa del confinamiento, de un día a otro, hubo este increíble incremento del tiempo que pasaban juntas estas familias. Deberíamos estudiar cuantas recaídas se han producido a causa de esto. Es un área importante para futuros estudios».

¿Cuáles son los retos de futuro en la salud mental?

«Llevamos meses con la población sobrepasada con información hablando sobre eficacia: la de las medidas preventivas, de las herramientas de diagnosis, de los tratamientos a las personas infectadas, de las vacunas… La ciudadanía apenas sabía nada de todos estos conceptos, ahora lo saben todo. El concepto eficacia se ha convertido en una palabra común que todo el mundo entiende. Quizás deberemos aprovecharlo.

Deborah Glik, investigadora de la comunicación en salud de la UCLA Fielding School of Public Health, se pasó años estudiando la comunicación de riesgo. Se trata de un tema muy importante porque incluye muchas dimensiones cognitivas, de percepciones, de comunicación etc. Los servicios de salud mental deberían liderar esta comunicación de riesgos, deberían poder guiar a la Administración sobre cómo enviar mensajes a la población de forma eficaz.

Hay que tener en cuenta que las personas no cambian su comportamiento basándose en el riesgo en sí mismo sino basándose en la percepción individual de ese riesgo, que puede ser apropiado o completamente distorsionado y llevarte a una percepción exagerada del riesgo o a pensar que no te afecta. Un pensamiento común, por ejemplo, es: “no me puede pasar a mí, les puede pasar a los demás”, “Así que no necesito tomar precauciones, los otros sí porque el riesgo es para ellos no para mí”. Estos comportamientos dañan directamente a otras personas así que es extremadamente importante que la gente perciba los riesgos de manera apropiada.

¿Quién mejor que los profesionales de salud mental para trasladar a las autoridades la importancia de tener en cuenta estas percepciones?».

¿En qué momento se encuentra el proyecto BESTCOPE?

«BESTCOPE (The behavioural, mental health(care) and broader (psycho)social impacts of the covid-19 pandemic: a european multimodal project) es un proyecto que presentamos la pasada primavera para optar a los fondos europeos de investigación dotados con 20 millones de euros. Se trata de un proyecto impulsado por un consorcio integrado por 12 instituciones europeas expertas en áreas de salud mental, epidemiología, bioestadística, salud pública, economía de la salud, difusión y comunicación.

El objetivo era evaluar y comparar el impacto que tuvieron los eventos estresantes relacionados con la pandemia COVID-19 en el espectro completo del sistema de salud mental en diferentes países de la UE y en otros indicadores psicosociales, y los costos de la pandemia en tales servicios; llevar a cabo una evaluación longitudinal y transversal para identificar qué variables a nivel individual y del sistema influyen en la carga de estresores y la salud mental, o el uso de servicios de salud mental, como consecuencia de las decisiones de control de la pandemia; identificar predictores de bienestar psicosocial, factores protectores y de riesgo en el personal de salud, en muestras de población general y vulnerable, como niños, adolescentes, personas infectadas, personas con trastornos físicos o mentales, proporcionar a las autoridades sanitarias y a los responsables de la formulación de políticas directrices y recomendaciones basadas en evidencias para mejorar la preparación y la respuesta ante la epidemia actual, ante posibles epidemias futuras u otros grandes desastres.

Los fondos fueron adjudicados a cuatro proyectos y el nuestro es el quinto calificado, a la espera de ver si se amplían los fondos europeos. Si eso sucede, podremos llevarlo a cabo».

Este contenido no sustituye la labor de los equipos profesionales de la salud. Si piensas que necesitas ayuda, consulta con tu profesional de referencia.
Publicación: 9 de Diciembre de 2020
Última modificación: 1 de Junio de 2023

El Dr. Giovanni di Girolamo es autor de numerosas investigaciones sobre el impacto del COVID-19 en la salud mental de la ciudadanía y uno de los portavoces de referencia en esta materia en Italia. Actualmente jefe de la Unidad de Psiquiatría Epidemiológica y Evaluativa del IRCCS St John of God Clinical Research Centre, también ha sido durante mucho tiempo su director científico. Esta organización, perteneciente a la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios, está ubicada en la Lombardía italiana, la primera zona europea golpeada por la COVID-19. Esta extraordinaria situación permitió iniciar de forma temprana numerosos estudios sobre el impacto en diferentes grupos poblacionales y sobre la respuesta sanitaria a la emergencia.