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El sinhogarismo, una mirada a partir de la Filosofía

De la necesidad de promover las condiciones necesarias para sustentar la vida
Teresa Bermúdez
Teresa Bermúdez Sánchez
Responsable Programa Habitatge Compartit
Sant Joan de Déu Serveis Socials - Barcelona

«No puede haber vida corporal sin apoyo social e institucional, (...) sin redes de interdependencia y apoyo mutuo», Judith Butler.

En la Sociología de la Pobreza y en la Antropología de la Pobreza se ha definido a la pobreza aludiendo tanto a las causas personales como a las estructurales; Nels Anderson define a los pobres dignos y pobres indignos que nos lleva a la polarización de quien merece atención y quién no (Vilagrasa, 2000). Otras teorías como las del trauma o del vínculo también nos sitúan en una mirada personal y relacional del fenómeno.

Concepciones como la de la gubernamentalidad de la pobreza del filósofo francés Michel Focault nos lleva a analizar cómo hay gobiernos que aceptan un cierto cupo de pobreza entre la población (entendiendo la pobreza como un problema a gestionar) y entienden por gobernar dirigir la vida de los otros. Por tanto, se acepta que una parte de la población viva en exclusión y pobreza como el resultado de una sociedad liberal donde la realidad política y económica mantiene a una población excluida siempre que esté «controlada» y se pueda administrar, sin que ello haga cuestionar las causas estructurales que la han provocado. La gestión de la pobreza, en el fondo, se orienta a incluir a los pobres en la sociedad a partir de lo social o de políticas de lo social sin que se cuestionen las causas estructurales y, por tanto, gestionando la pobreza a partir de quien el Estado considere pobre y quien considere merecedor de ayuda.

Encontramos teorías que derivan del pensamiento de Foucault, como la de la desafiliación y la exclusión social de Robert Castel (Arteaga, 2008) donde se entiende la exclusión en términos procesuales y de multicausalidad y se apela a la relación con el sistema de protección vinculada a la concepción de ciudadanía.

Los invisibles

Las personas en situación de calle frecuentemente son invisibilizadas por la sociedad, no las vemos, aunque pasemos por su lado. No las conocemos, pero nos construimos una idea y opinamos sobre quiénes y cómo son, no hay real fuera del lenguaje, como afirma la activista y filósofa Judith Butler (2004).

Las personas que viven en la calle son percibidas como desviadas, desadaptadas, anormativas, agresoras, peligrosas… también se las despersonaliza y se las desposee de su condición humana, «los sin techo». Butler (1996) en el concepto de abyección utilizado en su libro Cuerpos que importan. El limite discursivo del sexo expone que el lenguaje produce una materialización, hay una corporalidad normativa que se construye a través de la exclusión de los cuerpos que no corresponden con la corporalidad normativa (cuerpos abyectos). Butler entiende el cuerpo como una entidad en relación; no existen los cuerpos autosuficientes, para vivir necesitamos a otras personas y además tener garantizadas las condiciones de subsistencia.

Desde el concepto de performatividad, Butler analiza cómo determinados actos producen la realidad. La autora entiende el género como una invención reproducida y preservada (1990:235 y ss.). Las normas sociales tienen como objetivo la normalización desde una construcción y crean una determinada clasificación para mantener el orden social y, cuando algunos cuerpos no encajan en ese orden social establecido es cuando se considera que son vidas prescindibles.

Las categorías hombre o mujer, o persona excluida o incluida forman parte de esa construcción social a través del lenguaje, son categorías que forman parte del discurso político predominante. Aquello que nos dicen nos constituye. Para la autora hay una corporalidad normativa que se constituye a través de la exclusión de los cuerpos que no encajan con la corporalidad normativa (cuerpos abyectos). Hay una violencia fundadora que construye nuestro marco social, la sociedad se construye a través de lo que excluye.

Butler parte de que hay cuerpos que padecen diferencialmente violencia o abandono y de que ciertas vidas son tratadas con negligencia por la política y las instituciones. A preguntas como; ¿por qué hay vidas perdidas que no suscitan duelo ni lamento?, la autora muestra preocupación por la existencia de vidas que no forman parte de lo que es considerado humanamente valioso.

Reformular la mirada hacia las personas sin hogar

Los conceptos centrales que atraviesan este análisis sobre las personas sin hogar, a la luz de Judith Butler, son la vulnerabilidad y la precariedad que ella entiende como condiciones humanas, así como el concepto de responsabilidad, que toma del filósofo E. Lévinas, y el de hospitalidad, del filósofo J. Derrida. Las reflexiones generadas pretenden ofrecer otra mirada para formular una propuesta diferente de cómo podría ser una nueva visión de las instituciones para proteger a estas personas.

La interdependencia es entendida por Butler como ser en la medida en que somos sustentados. Para ser y vivir necesitamos de los otros y de una red de soportes, de una «red de manos» en palabras de la autora. Muchas de las personas sin hogar no tienen lazos de soporte y el modelo social actual nos lleva a un individualismo y autosuficiencia que hace más difícil la reconstrucción de esos lazos sociales que facilitan la vida. Este modelo social neoliberal define quien es normal y quien no lo es, construye una idea de quién es apto y culpa a la persona sin hogar como responsable de su propio fracaso, la identifica como «cuerpo abyecto» y la condena a creerse que no es digna; al mismo tiempo, la sociedad se desresponsabiliza y excluye a quien considera que no encaja en el parámetro cultural de éxito, sin tener en cuenta las causas estructurales de la exclusión y admitiendo únicamente la individuales.

Las políticas sociales no quedan al margen de este modelo social, y adopta este modelo de normalidad para crear la normativa y las supuestas prácticas inclusivas sin reparar que, cuando lo «normal» se convierte en normativo opera la exclusión. La normativa y las propias leyes definen lo «normal» y actúan en base a ello creyendo que combaten la exclusión y en el fondo perpetuando desde la inclusión, la exclusión.

La desposesión es entendida por la autora como el sostenimiento, el afecto o el cuidado que no dependen de una en exclusiva. Estamos desposeídos en el otro. La posición de los cuerpos en las redes de las que dependemos y nos relacionamos, así como la exposición ante los otros es lo que nos permite vivir o nos impide seguir viviendo.

Este hecho nos lleva a la reflexión que atraviesa el texto de Butler sobre la necesidad de llevar una «buena vida», una vida digna, una «vida vivible» en palabras de la autora.

Para Butler la vida también depende de la protección y garantía de las estructuras que garantizan la vida: la vivienda, el alimento, el empleo… y por eso interpela a los poderes públicos, para que promuevan las condiciones necesarias para sustentar la vida «no puede haber vida corporal sin apoyo social e institucional» (2017:88).

Vivir en la calle tiene un componente de violencia estructural que se agrava por la violencia que sufren las personas sin hogar y especialmente las mujeres. Nuestras sociedades democráticas deberían proteger a estas personas y ofrecer las condiciones para una vida digna.

Butler admite que las condiciones de la «vida vivible» o la «buena vida» están desigualmente repartidas entre la ciudadanía porque, en el marco de las decisiones políticas, no a todas las vidas se les da un mismo valor, ni son protegidas de igual forma delante de la violencia.

En las personas que pernoctan en la calle observamos cómo determinadas decisiones políticas e institucionales hacen que determinadas personas o «cuerpos» según Butler, sufran un daño porque sus vidas en el fondo son consideradas prescindibles. Hay vidas como las de las personas migrantes que acaban viviendo en las calles o muertas en el mediterráneo que evidencian que existen vidas a las que se les deniega un mínimo de condiciones para la vida.

Según datos de Arrels Fundació, entre octubre de 2020 y octubre de 2021 han fallecido 69 personas que vivían o habían vivido en la calle en Barcelona. La más joven tenía 28 años y la más mayor, 88. De todas ellas, 17 murieron directamente a la intemperie. Para Butler en el texto de Vida precaria (2006) serían cifras vacías para la administración, serían personas que albergando una vida son «cuerpos fantasmales», sus muertes no cuentan, no pueden ser lloradas porque previamente no han sido admitidas como vidas valiosas. Éstas 69 personas solo cuentan en el acto de recuerdo que Arrels Fundació realiza cada año. No es comprensible que aceptemos la muerte de personas en la calle sin que nadie asuma responsabilidades, sin que haya movilizaciones y sin que seamos conocedores de dicha tragedia humana.

Garantizar las condiciones materiales que sustenten la vida

Relacionados con los conceptos anteriores la autora también alude al concepto de la vulnerabilidad y la precariedad. Estos son, para Butler, conceptos que expresan el carácter relacional de la vida, dependemos de los otros (interdependencia) y de eso depende que nuestra vida sea vivible o invivible (desposesión). No es posible deshacerse de la condición de vulnerabilidad ya que ello implicaría deshacerse de la condición humana (2006:327). Para manejar la vulnerabilidad, Butler propone fortalecer las redes interdependientes que promuevan el bienestar común. La precariedad también es una condición humana y pone el foco en la necesidad de unas políticas públicas que promuevan y generen garantías de condiciones de vida digna.

Para Butler cómo se defina y quien lo defina no es neutral, forma parte de las estructuras de poder que otorgan el significado a aquello que es importante. Las personas sin hogar pueden morir en la calle sin que haya ninguna responsabilidad pública de haber abandonado y desprotegido a una persona. No hay respuesta, esa vida ha quedado fuera de los marcos de reconocibilidad de lo humano. La muerte de una persona en la calle debería ser considerada un delito contra aquel que lo ha permitido, sin embargo, la normativa y las políticas públicas entienden esa muerte como algo ajeno fruto de un fracaso personal y así lo hemos adoptado toda la sociedad.

Si tomamos el concepto de exclusión inclusiva del filósofo Giorgio Agamben, observamos que hay una violencia fundadora que constituye nuestro marco social ya que la sociedad se construye a través de lo que excluye como las personas sin hogar y se permite que enfermen e incluso mueran en la calle. A pesar de que estas personas estén incluidas en el lenguaje y en el diseño de servicios de las instituciones públicas quedan al margen de la esfera de participación política, se diseñan recursos y servicios especializados para personas sin hogar sin contar con las personas sin hogar y, por tanto, no se las considera sujetos de derechos en igualdad con el resto de la ciudadanía.

A partir de la autora sugiero hacer una relectura del discurso público sobre el sinhogarismo. La acción política e institucional produce un tipo de vulnerabilidad y precariedad que pone a ciertas vidas fuera de la consideración humana (precarización).

Entendemos, como Butler, que la vida ha de tener garantizadas condiciones materiales que la sustenten y que la interdependencia debe estar en el marco de las políticas públicas como garantes de vida vivible/digna. Las instituciones deber responder a la pregunta de la autora ¿Qué es una vida valiosa, la cual merece ser reconocida y protegida? a partir del concepto de vulnerabilidad y precariedad. Y la respuesta sería que una vida valiosa es cualquier vida.

Somos vulnerables en la medida que somos entregados a redes y a condiciones sociales que facilitan o dificultan nuestra vida. La vulnerabilidad es compartida y, por tanto, existe una interdependencia sin la que no es posible llegar a un bienestar común. Si hay una persona en situación de pobreza o exclusión es debido a que hay mecanismos estructurales que lo provocan y de ahí que haya una corresponsabilidad pública para considerar a todas las personas con los mismos derechos para una vida digna.

Si tomamos esta idea desde el sentido de la responsabilidad de Lévinas vemos que para el filósofo la responsabilidad es entendida en el sentido que respondo a la demanda del otro, una respuesta que implica un compromiso. El otro hace una demanda al sujeto, que hace que éste se cuestione a sí mismo. Responsabilidad es responder al otro, el cara a cara, yo-tu, no es ser responsable en el sentido kantiano. Si existimos es porque ocupamos el lugar del otro y por eso somos responsables

Lévinas nos dice que la filosofía primera es la ética (no la metafísica como decía Aristóteles) y por ética se debe entender la inversión de la relación sujeto - objeto que se ha producido en la modernidad, es decir, la ética no supone coger el objeto y reducirlo para mí mismo, sino que supone mi apertura para la interpelación/interpretación del objeto (antes de entender algo debe haber una demanda previa que me interpele por parte del otro). La ética es, por tanto, la respuesta (responsabilidad) a la demanda del otro, por ello el otro está por encima del sujeto ya que este debe preguntarse si su posición de sujeto es la usurpación del lugar del otro. Antes que preguntarse sobre su derecho a perseverar en su existencia, tiene que preguntarse si su posición de sujeto no es siempre usurpando el lugar del otro. Nuestro privilegio como sujeto se sostiene sobre la precariedad que supone la usurpación del otro. El rostro representa la extrema precariedad del otro.

No podemos pensarnos a nosotras mismas sin mirar al otro ya que yo no soy sin el otro. No podemos pensar a las personas sin hogar sin cuestionarnos cuál es nuestra posición respecto a ellas y cuál es mi contribución a mantener esa situación de desigualdad. No se pueden pensar las políticas de inclusión sin las personas afectadas. La necesidad de la alianza o unión entre quienes se ven afectados por un sufrimiento común y la inclusión de las personas afectadas en el diseño de las políticas públicas también son imprescindibles para la verdadera inclusión.

Es necesario rebelarse ante esas ideas prejuiciadas, estigmatizantes que recaen sobre las personas sin hogar y reivindicar los derechos en la esfera pública, generar nuevos significados sociales de las personas sin hogar y hacer de la calle también un espacio de encuentros, de lucha colectiva y reclamación de derechos.

Si tomamos el concepto de hospitalidad de Derrida para continuar el análisis entendemos que hospitalidad (en contraposición a tolerancia) implica aceptar ser alterado por el otro. Hospitalidad no es dejar entrar al otro porque es como yo, sino como una estructura incondicional, eso supone bajar de la posición de soberanía y aceptar la diferencia, la otredad. Hospitalidad es la acogida al otro antes que ser yo mismo como una disposición ante el otro, la hospitalidad es un cuestionamiento constante de mí mismo. Derrida entiende la hospitalidad desde la incondicionalidad, como un deber incondicionado que debe ser promovido por las instituciones.

Es hacer posible el cara a cara desde la idea de precariedad y vulnerabilidad de la que nos habla Butler y es entender que las instituciones, para que garanticen la convivencia, deben transformarse a partir de dejar entrar al otro y a partir de concebir la vulnerabilidad como condición humana. La condición de vulnerabilidad significa que todos debemos ser sustentados y que son necesarias redes de soporte que nos proporcionen afecto, cuidado y bienestar. Las políticas públicas no han de perseguir la invulnerabilidad sino deben ofrecer soportes, facilitar redes de apoyo y garantizar condiciones de vida digna.

La filosofía nos permite una relación con el otro a nivel ético y político y entender la experiencia que se abre a un encuentro con el otro (alteridad) y superar el miedo a mirar a la persona sin hogar. Lo político no solo es lo común también es pensar lo que no es común y convivir con el que no es igual que yo.

En conclusión, el concepto de responsabilidad y hospitalidad podría ser un punto de partida como parte de la acción política e institucional que valora diferente a según qué vidas. Debemos reivindicar con formas no violentas el derecho a la vida «buena vida». El paso de la reivindicación de los cuerpos abyectos también pasa por identificarse con el cuerpo abyecto y hacer de él una reivindicación. Necesitamos una nueva política de cara a cara fundada desde una idea de precariedad y de vulnerabilidad estructural.

Este contenido no sustituye la labor de los equipos profesionales de la salud. Si piensas que necesitas ayuda, consulta con tu profesional de referencia.
Publicación: 23 de Noviembre de 2022
Última modificación: 23 de Noviembre de 2022
Teresa Bermúdez

Teresa Bermúdez Sánchez

Responsable Programa Habitatge Compartit
Sant Joan de Déu Serveis Socials - Barcelona
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