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¿Cómo podemos acompañar a nuestros hijos en la etapa de estudios superiores? ¿Está preparado el sistema para facilitar su integración?
Al llegar a la edad adulta, las familias también se encuentran con sus propios retos, pues han de poder encontrar el equilibrio entre apoyar a su hijo o hija en la medida de lo necesario y no sobreproteger. Lo primero sería intentar hablar a nivel familiar sobre cuáles podrían ser las necesidades de apoyos y respetar las preferencias de la persona adulta con TEA relacionadas con los estudios. Se podría valorar si la persona necesita algún apoyo inicial, para poder practicar la situación y retirarse en el momento adecuado (apoyo con los trayectos, gestiones…).
En el caso académico puede ser que se tenga que solicitar apoyo a un orientador, que conozca las particularidades del TEA. El orientador académico debería poder explicar los pasos necesarios y retos que deberá asumir para que la persona con TEA pueda decidir con cierto criterio (comentar que, a veces, este mismo problema podemos encontrarlo en población no autista, la falta de información a la hora de escoger unos estudios). Luego, a nivel de educación, en los centros de estudios de España debería poder pedir apoyo a profesionales que valoren conjuntamente con la persona si es necesario hacer alguna adaptación metodológica o ayudar con la secuenciación o tiempos de las asignaturas. Conozco varias universidades que tienen este servicio, pero aún queda mucho camino por hacer, dado que parte del profesorado aún no tiene ni la formación ni la sensibilización necesaria.
Todas las familias explican que la inclusión en la educación infantil y en la primaria es más sencilla. En secundaria suelen haber más problemas: quizás los profesores no están acostumbrados a tratar alumnos con discapacidad y se suma la cuestión de la adolescencia.
En el aula, las personas con autismo podemos tener dificultades para entender convenciones sociales relativas a jerarquías de poder en el contexto escolar. Por ejemplo, un alumno no se dirige del mismo modo a un compañero que a un docente o a un directivo. También padecemos falta de iniciativa para la comunicación y la relación con las otras personas de nuestra edad, o formas inadecuadas o fallidas de intentos de establecer vínculos, y dificultades para adecuarse a los tiempos de trabajo escolar, sobre todo cuando hay un excesivo y rígido perfeccionismo que lo lleva a centrarse en detalles de la tarea y una realización minuciosa y lenta de la actividad. Así, por ejemplo, en este sentido puede ser interesante utilizar la técnica del encadenamiento hacía atrás (ayudarles, la primera vez, a hacer toda la tarea, otra vez dejar que hagan el paso final, otra vez los dos pasos finales, etc. Así sabrán qué han de hacer y cómo y acabarán haciéndolo de forma autónoma).
Respecto a las dificultades en la adaptación, a los ritmos y organización del trabajo escolar: agendas, deberes, trabajos en grupo, exámenes, etc., una buena idea es anticipar siempre lo que va a pasar: avisar, por ejemplo, que en 10 minutos empezaremos X, tener el horario siempre a la vista y, a lo mejor, trabajar con temporizadores.
Como también podemos tener dificultades para compartir con otros compañeros momentos de ocio o de actividades escolares grupales: patios, excursiones, trabajos en grupo, comedor, etc. hay que buscar, y no forzar, en este caso, vías de participación en estas actividades, para que vayan cogiendo confianza. Por ejemplo: si no se les dan bien los deportes, pueden ayudar llevando el marcador. Eso les hará entender las reglas y coger seguridad. Lo que puede llevar a que algún día deseen participar activamente en el juego.
Dado que acostumbramos a ser vistos por los demás como personas raras, que sólo se interesan por sus cosas o por temas muy específicos, somos propensos a sufrir situaciones de abuso.
Así, es necesario apoyo continuo, y digo apoyo y no sobreprotección, en los centros escolares por parte de los equipos de educadores, de terapeutas y resto de personal, que busquen reforzar la autonomía bien entendida.
Estos profesionales, claro, deberían poder ser bien formados. Además, quizás debería innovarse en la forma de transmitir el mensaje educativo y en cómo evaluar los conocimientos adquiridos, quiero decir, de forma más oral, visual e individualizada, y menos escrita y generalizada. Sin que se entienda por ello bajar el listón, pues jugar a un juego «distinto» no es igual a ponérnoslo más fácil. Un ejemplo muy fácil de entender es, dada nuestra dificultad de gestionar las situaciones novedosas o nuestra preferencia por las rutinas, eliminar los exámenes sorpresa. Enterarnos así de que vamos a tener un examen, nos va a poner muy, muy nerviosos, y seguramente suspenderemos, aunque sepamos las respuestas.